❝La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia❞.
Sócrates no tenía lápiz, pero así como no nos hace falta uno para poder conocerlo, mucho menos le resultó necesario a él para acercarse a una primera (y muy importante) noción de la filosofía y para que su legado perdurase por siglos y siglos luego de su icónica muerte, porque vaya que lápices y lápices se han terminado sólo a punta de tratar de entender y/o explicar las ideas de este genio.
La mayor parte de cuanto se sabe sobre él procede de tres contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón (quien había sido su alumno antes de morir). El primero retrató a Sócrates como un sabio absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud, pero con una personalidad en la que no faltaban algunos rasgos un tanto vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las nubes, donde se le identifica con los demás sofistas y es caricaturizado como engañoso artista del discurso.
Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos, en los que aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones excesivamente idealizada, aún cuando se considera que posiblemente sea la más justa, porque sí, genialidades como él no se vieron en todos los siglos.
Él tenía claro que no debía estar acercándose solo a la filosofía, porque entendía que la única manera de construir una que seguramente sirviese era socializando las ideas y poniendo a pensar a la gente a su alrededor. Dado que el fin de la filosofía es encontrar el sentido verdadero de tantas cosas como se pueda, una certeza colectiva siempre resulta muy buena, de modo que es aquí donde se establece una de las primeras y más marcadas diferencias entre él y los sofistas, que le ha valido el nombre de padre de la filosofía, y de donde nace la ética, de la que estaba convencido que podía enseñarse como virtud.
Sócrates no estaba en contra de los sofistas como personas; no los odiaba, de hecho, hasta tenía algunos amigos dentro de esos círculos, pero le parecía de muy mal gusto que anduviesen por ahí practicando la vanagloria de su poco saber, siempre disfrazándolo con un discurso demasiado maquillado que carecía de esencia.
Las verborreas de los sofistas se tornaban crípticas; nadie las entendía, por lo que no tomaba para nada por sorpresa que en sus bien elaborados discursos radicase esa referida fama que se les aludía: es obvio, si algo no es comprendido adecuadamente por una persona ésta creerá que quien se lo explica es alguien iluminado, superior, extraordinario, mientras que él mismo se considerará como un ser intelectualmente reducido, quien no merece seguir cuestionándose asuntos de alta complejidad, aún cuando sea capaz de entenderlos verdaderamente.
Todas las enseñanzas, los trabajos, los ejemplos de Sócrates, socorren a regenerar las partes más sanas de la filosofía, ayudan a restaurar nuevamente la dignidad y la nobleza de la ciencia, desprestigiada por la vanidad de los sofistas; la investigación racional de la verdad; la importancia real de la ética y la depuración y perfeccionamiento del método científico. En este sentido, el movimiento iniciado por Sócrates merece el nombre de restauración socrática.
Si bien es cierto que antes de los tiempos socráticos ya existían cavilaciones respecto a los alrededores del ser humano (cosmos, en general), es en esta época, en la que se le presta mucha más atención al hombre y a su espíritu, en la que además se sentarán algunas de las bases antropológicas más importantes, que luego devendrán en la creación de la metafísica y del perfeccionamiento del método científico, pues la lista de preguntas de los sucesores de Sócrates no hace sino aumentar, con la diferencia de que a ellos no se les olvidará tomar un lápiz y dejarlo por escrito.
Integrantes del equipo:
Elena Anaya
Fernanda García
Lina Hernández
Hugo Hernández
Fernanda Magadán
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