LOS MUNDOS DE PLATÓN
Platón distinguía dos mundos: el mundo sensible, que es el conjunto de entidades que ofrecen realidades particulares, cambiantes, múltiples, que nacen, duran y mueren. Accedemos a este mundo con los sentidos. Platón cree que son una copia imperfecta de las ideas. Y el mundo de las ideas, un mundo inmaterial, eterno, inmutable e indestructible. En él encontramos la verdad, o sea, las ideas, que hacen que las cosas sensibles existan.
El conocimiento sensible no puede, según Platón, procurarnos más que resultados provisorios, diferentes de un individuo a otro, privados de toda validez fuera de las circunstancias particulares en las que fueron obtenidos. Mientras los sentidos pongan delante de nosotros un continuo fluir de percepciones, diferentes de un individuo a otro y aun en el mismo individuo en momentos distintos, la razón nos hace captar las formas reales, inmutables de las cosas, o sea, las ideas.
Las ideas platónicas no son contenidos mentales. Son objetos no sensibles ni materiales que existen independientemente de las cosas a las que hacen referencia y de que sean pensados por un sujeto. Pueden ser conocidas únicamente por nuestro intelecto (razón) y nunca por los sentidos, porque no son materiales (corpóreas).
Entonces, el triángulo pertenece al mundo sensible (es tangible y visual), lo que pertenece al mundo de las ideas es la triangularidad (la idea de la forma), en esta idea encontramos la verdad, y hace que las reflejemos en el mundo sensible, al ver un pedazo de pizza, por ejemplo.
El conocimiento sensible no puede, según Platón, procurarnos más que resultados provisorios, diferentes de un individuo a otro, privados de toda validez fuera de las circunstancias particulares en las que fueron obtenidos. Mientras los sentidos pongan delante de nosotros un continuo fluir de percepciones, diferentes de un individuo a otro y aun en el mismo individuo en momentos distintos, la razón nos hace captar las formas reales, inmutables de las cosas, o sea, las ideas.
En EL MITO DE LA CAVERNA ( libro VII de la República) se representa la explicación alegórica que utiliza Platón de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento.
Somos como prisioneros encadenados en una caverna, de espaldas a su entrada y con el rostro hacia la pared que está en el fondo. Fuera de la caverna hay una luz potente, y por delante de esa luz pasa la gente real, proyectando a través de la abertura de la caverna su sombra en la pared. Nosotros, que no podemos darnos la vuelta, sólo vemos esas sombras y creemos que son el verdadero mundo. Pero si logramos romper las cadenas que nos tienen prisioneros y salimos de la gruta, entonces descubriremos la efectiva realidad y comprenderemos el carácter ilusorio del mundo de sombras al que antes estábamos limitados.
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